Si bien ejemplos como Kelly, Taylor Knox, Machado, Tudor u Occy dejan claro que los 50’s no son un impedimento para continuar dando caña a un nivel altísimo a través de un surf potente y con buena línea, la generación de Dane, Jordy, Chippa o Dion corroboran que incluso en la faceta más acrobática del surf, estar bien entrados en los 30’s tampoco supone problema alguno.
Ni qué decir tiene en el surf de ola grande, donde la veteranía es un grado y los surfistas de esta disciplina parecen mejorar con los años, como el buen vino.
Pues bien, lo que no se plantea tan a menudo es la edad ideal a la que deberíamos potenciar el talento competitivo – performance de un chavalín, e incluso cuándo sería recomendable que los más jóvenes tuviesen su primer sponsor.
Está claro que el talento hay que potenciarlo y que en todos los deportes las nuevas generaciones meten más caña a una edad cada vez más temprana. En eso consiste el hecho de ir superando los límites establecidos por las generaciones previas. Sin embargo, el surf ha sido a lo largo de su historia un deporte vinculado a un estilo de vida, acompañado de un aura mística o, como poco, ciertamente trascendental que lo diferenciaba del tenis o el fútbol.
Esto está cambiando poco a poco a causa, en parte, del auge de la WSL y de la proliferación de circuitos, campeonatos de clubes o eventos que potencian constantemente la competición y los rankings. A ello se suma la ilusión que produce contar con el apoyo de las marcas del sector, un hecho que no sólo mantiene en vilo a los surfistas jóvenes sino, últimamente a todo el entorno que contribuye a su desarrollo (padres, entrenadores…).
Estos factores, que suponen el germen de todo ‘futuro gran surfista’, ponen en riesgo la actitud y el enfoque de éste si se toman de manera obsesiva desde una edad demasiado temprana, lo cual terminará por distorsionar la finalidad original que indujo a nuestros predecesores a entrar al agua: coger olas y disfrutar de la experiencia que nos brinda el mar.
Por eso, creemos que es necesario poner un límite a la ambición de los chavales o, más bien, dejar que éstos disfruten inocentemente de las olas hasta que tengan la suficiente edad (y la personalidad mínimamente forjada) como para decidir cómo les gustaría enfocar su vida dentro del surf, así como aprender los valores esenciales de nuestro deporte.
¿Acaso no sería más gratificante ver un pico frecuentado por gente plena, relajada y unida que por surfistas que se pugnan cada ola en un acto de semi-rivalidad constante? ¿No sería mejor que los chavales siguiesen su propio camino, motivados por el disfrute en compañía de amigos, en lugar de focalizarlos al 100% en programas de entrenamiento, competición o patrocinios –con su consecuente presión externa- cuando aún cuentan con 10 0 12 años?
En fin… No os toméis esta reflexión como un postulado ‘anti evolutivo’ que reniega de la experiencia competitiva o el apoyo de los sponsors. ¡Al contrario! Creemos que esos factores son tremendamente motivadores y necesarios. Simplemente nos gustaría que los más jóvenes, los que algún día tomarán nuestro relevo, tengan una noción pura y sin distorsionar del acto más puro que conlleva el hecho de surfear: coger olas. Y que todo lo demás -sponsors, triunfos y trofeos- sea la consecuencia del amor por las olas y el talento, en lugar del fin en sí mismo que les empuja a entrar al agua.