De un tiempo a esta parte, es tal la vorágine de inauguraciones y proyectos en desarrollo, que parecemos haber normalizado la noticia de la apertura de una nueva piscina de olas en lugares cada vez más variopintos e incluso, hasta ahora, ajenos al mundo del surf.
La indiscriminada implementación de todas estas piscinas (y las que están por venir) trae consigo la firme posibilidad de marcar un antes y un después en la ‘cultura surf’, ya que todos estos ‘spots’ nos abren -a los surfistas- las puertas a destinos que hasta ahora teníamos vetados.
Y estaban vetados por una sencilla razón, tan simple como nuestra propia visión de las cosas: cuando tenemos unas semanas libres, aprovechamos para coger vacaciones en función de las olas que haya en tal o cual sitio, descartando, por tanto, lugares sin costa o sin olas.
Naturalmente esto comienza a cambiar ya que dichas piscinas han incrementado paulatinamente su calidad de ola hasta rozar una perfección inimaginable, llegando a adquirir en la actualidad un formato de ola que para muchos de nosotros supone el poder coger las olas de nuestra vida sin necesidad de pisar una playa.
Si bien mecas como Hawaii (cuyas olas realmente icónicas están fuera del alcance de la mayoría), Indo (cada vez más sobre explotada y sobre saturada) o Australia (precios muy altos; peces muy grandes) han dejado de forma incuestionable su impronta en nuestra ‘cultura surf’ (películas y vídeos de culto, diseños y visuales en marcas, eventos de referencia…) a través de la idiosincrasia del propio lugar, ¿qué ocurriría a partir de ahora si una amplia mayoría del turismo del surf comienza a diversificarse hacia lugares hasta ahora impensables por su falta de olas?
Quizás la irrupción de las piscinas sea la excusa perfecta para que por fin podamos visitar Mongolia y disfrutar de los misteriosos encantos de la cultura mongola.
Tal vez haya un buen número de surfistas fans de Drácula que vean sus sueños cumplidos al poder combinar un bañito mañanero con un paseo por los Cárpatos transilvanos al anochecer. O incluso por fin podremos asistir al campeonato del mundo de ingesta masiva de ‘Hot Dogs’ en Minessotta, volviendo a casa con un buen puñado de tubos (y salchichas) entre pecho y espalda. ¡¿Quién sabe?!
La cosa va en broma …Pero no.
Y es que en gran medida nuestra industria se ha basado en reclamos de ‘marketing’ relativos a guiños que mantenían su afinidad con esos destinos/mecas con las que todos soñamos visitar. Sin embargo, ¿que sucedería si dichos destinos, hasta ahora marcados por un ‘reef’ o una ola concreta, ceden su testigo a cualquier ciudad ‘mainstream’ que tenga acceso sencillo a una ola artificial de calidad?¿Qué impacto tendría en el surf si los surfistas pasan a soñar con un surftrip a Abu Dhabi, Moscú o Michigan? ¿Supone esto la hecatombe o es, precisamente, un nuevo resurgir en cuanto a diversidad y frescura?
Lo cierto es que si hasta ahora las olas eran la principal limitación, visto lo visto parece que la cosa cambia. Por otra parte, y aunque suene a chiste, ¿acaso es discutible el posible encanto de todos estos sitios? ¡Imaginaos cuántas gastronomías y folklore local podemos atesorar sin sacrificar un buen puñado de olas (a cambio de un buen puñado de dólares)! Eso sí, ya no tendremos excusa para seguir confiriendo al surf ese toque místico y romántico con el que iba de la mano en décadas precedentes (60’s, 70’s, 80’s…). Épocas, en definitiva, ligadas a la aventura, el descubrimiento y la experiencia personal fruto de una huida de lo convencional.
A veces la broma deja de ser broma porque, en la mayoría de los casos, la realidad supera a la ficción. ¿No creéis?