La trascendencia de la noticia ante la negativa o la aceptación de dichos spots no sólo reside en el impacto que la pandemia está causando en el desarrollo competitivo sino, por encima de ello, en el debate que se ha abierto ante la reacción de ciertas comunidades locales.
El meollo del asunto surge cuando locales de Lennox Head o Kalbarri (West Oz) ponen el grito en el cielo y se declaran abiertamente contrarios a la celebración de una prueba CT en ‘su casa’, ya sea porque generaría un gran impacto en una zona natural y relativamente tranquila o, directamente, dada la supuesta afluencia masiva de gente a un spot al que se pretende salvaguardar y mantener con cierta esencia ‘íntima’.
Por el contrario, comunidades surferas de otros entornos como North Narrabeen (NSW) reciben con los brazos abiertos la irrupción del CT.
La moraleja de todo esto podría ser que cuanto más ‘secreto’ y apartado es tu espacio, más te fastidia que se dé a conocer de una manera ‘mainstream’, mientras que cuando tu entorno ya está explotado en y difundido en cierta medida, más receptivos somos a grandes pruebas y eventos, dado que éstos pueden acarrear ganancia al comercio local sin esa desventaja que supone desvelar al mundo un tesoro oculto.
Todos estos ejemplos nos resultan lejanos por tratarse de Australia pero, ¿cómo reaccionarías tú si tu playa local pasase, de la noche a la mañana, de ser una completa desconocida a una prueba fija en el campeonato mundial?
Probablemente muchos lugareños celebrarían la llegada de los ‘pros’, no sólo por la influencia que éstos pueden conllevar al surf local, sino, más bien, ante la perspectiva de poder hacer medrar un negocio en un sitio con prestigio y reconocimiento global.
Surfcamps, restaurantes, tiendas… Todo el comercio local se vería favorecido ante la irrupción de dicho campeonato pero, ¿hasta qué punto sus ventajas son realmente sólidas a largo plazo y de manera objetiva? Es decir, si se tratase de un entorno protegido, con una comunidad local pequeñita y un estilo de vida sostenible, ¿serían consideradas igualmente ventajosas las consecuencias de un evento de semejante envergadura?
Y ahí es donde surge la disyuntiva. Cuando el planteamiento de quienes que ya han aprendido a vivir bien con poco, en un entorno limpio y apartado, ven peligrar ese frágil estilo de vida ante el fantasma del progreso.
La duda final es: ¿es, efectivamente, la afluencia masiva de gente sinónimo incuestionable de mejora para cualquier territorio?
Como siempre, habrá partidarios y detractores ya que a unos les importa bien poco que haya ‘overbooking’ en el gua mientras en su establecimiento se están llevando a cabo reformas. Y a otros, la mera idea de todo ésto les consume porque en un pico no puede haber obras ni proyectos de ampliación.