Ofrecía a quien se aventuraba, además, un amplísimo abanico de retos que iban desde surfear una ola solitaria, viajar a un lugar remoto con la esperanza de descubrir un spot, tratar de conseguir un equipo casi imposible o incluso renunciar a los estándares sociales para estar, simplemente, en la playa con los amigos.
Sin embargo, como todos los deportes, el surf ha ido evolucionando hasta alcanzar unas cotas de popularidad sin precedentes que han catapultado sus atractivos a un público cada vez más masivo y heterogéneo.
Cuando algo presumiblemente ‘undergreound’, es decir, propio de minoría muy definida, acaba por conquistar a una amplia mayoría, no le queda otra opción que ceder terreno ante esa ‘psique popular’ que, paradójicamente, resulta determinante a la hora de engrosar su relevancia en ese floreciente entorno.
Básicamente este sería el resumen del proceso en que algo se vuelve ‘mainstream’, un fenómeno que trae consigo una mayor industria, un mayor capital y una mayor infraestructura para que todo siga siendo ‘mayor’, pero que acaba por barrer los vestigios de aquella esencia primaria que hacía que ese algo (en este caso el surf) permaneciera anclado a una minoría perfectamente definida y que dejar de resultar interesante una vez que se ha optado por el camino de la mayoría.
Y así se acaba transformando todo un deporte, desde su filosofía hasta el aspecto físico de su actividad, el ‘lifestyle’ e incluso la estética primigenia.
Dando por hecho que ese cambio progresivo ha ido despojando pétalo a pétalo aquella esencia original, (como ha sucedido en otros deportes, somos consciente de que el surf no es el único damnificado), hoy nos preguntamos, ¿tiene sentido seguir atribuyéndole al surf cierta dosis de aquella espiritualidad – misticismo – trascendencia pasada?
Y es que en un mundo donde muchos pros, supuestamente cúspide de nuestro deporte y ejemplos a seguir por la mayoría, acumulan sponsors de todo tipo de bebidas, telefonía, marcas de coche, artículos de belleza… Haciendo que tablas se asemejan a la moto GP. En una época en la que la tecnificación entraña una unificación cada vez mayor de estilos, fruto de unos estándares competitivos idénticos que terminan por dejar en desuso ciertos toques originales o visiones más alternativas. En un escenario global donde comienzan a proliferar piscinas de canjean X olas al minuto, ticket en mano, como en la pescadería. Ante una congregación cuya deidad incita a mostrar logros en todo momento y, si se puede, batir récords. En una sociedad que parece discriminar la introversión y la intimidad en favor del escaparate más visible de las vidas de cada uno de nosotros… Como decíamos, en medio de este contexto, y pese a que a muchos románticos les fastidie, ¿no es hora de dejar de ver el surf bajo ese velo de una criatura única e indómita? ¿Es, tal vez, hora de reconocer que nos hemos convertido en uno más?
Muchos amigos de nuestro entorno se obcecan en seguir viendo el surf bajo ese prisma. Es más, a nosotros mismos nos gusta hacerlo admirando a gente que lucha por hacer cosas distintas o se desmarca de la mayoría y vive nuestro deporte de forma pura. Pero, aun así, incluso los surfistas más ‘auténticos’ (tranquilos, ya lo hemos entrecomillado ;)) ya no pueden dejarlo todo para quedarse a vivir frente a una ola que les ha cautivado, ni tampoco pueden construirse una cabaña con cuatro palos a pie de playa para vivir con lo justo. Es más, incluso lo tienen difícil para ir a la playa en busca de desconexión y paz interior. Por tanto, nos guste o no, el surf no sólo se ha convertido en el gancho perfecto para reclamos publicitarios y guiños turísticos, sino que ha acabado siendo presa de la misma sociedad que lo ha hecho grande (a ojos de la mayoría) a costa de empequeñecerlo (a ojos de unos pocos).
Un comentario
Clap,clap,clap…..