Es el más absoluto azar: una línea que recorriendo todo un océano para darse de morros contra ti
Hace frío, anochece prontísimo, llegas con el tiempo justo y te pasas la mayor parte del tiempo haciendo patos y remando de un sitio a otro con la intención de pillar una chusta que te empuje a duras penas unos pocos metros. Aún así, después de todo, al día siguiente amanece y vuelves.
Empezábamos diciendo que es curioso por la forma en la que el surf juega con nuestro cerebro. A menudo obviamos todos esos momentos de frustración e impotencia y nos quedamos con lo bueno, con lo que nos hace seguir, día tras día, con la misma ilusión a la hora de volver a la playa: aquella ola, aquel giro, aquel tubo… Es como un mecanismo de autodefensa selectivo, eficaz y moralizador: surfeamos gracias a nuestros recuerdos.
Cuando estábamos escribiendo estas palabras teníamos en mente, tatuado a fuego, ese take off que al ser rememorado nos evade por un segundo de lo que tenemos delante y nos hace sonreír como gilipollas.
Si nos apuras el momento más mágico de todos es el que tiene lugar unos segundos antes, ese punto en el que ves una línea avanzar hacia ti y en el que sabes que va a ser tuya porque no hay nadie alrededor y va comenzar a romper justo en el momento y a la distancia justa de donde tú te encuentras. La más perfecta comunión. Magia pura.
Párate a pensarlo tío, es el más absoluto azar: una línea que recorriendo todo un océano para darse de morros contra ti. El mismo azar que hace que este planeta sea habitable y Marte esté yermo y medio congelado.
Antes de que este artículo sea publicado será leído en voz alta ante varias personas: las mejores decisiones son fruto del consenso. Y estoy seguro de que a mitad de texto la mayoría ya habrá dejado de prestar atención. Bien puede ser porque esto que os contamos sea un puto truño infumable o, tal vez, porque el cerebro de cada uno le transporte a ese momento mágico en La Graviere, Mundaka, Rodiles, La Santa, Doniños, Maldivas, Bali… El mismo impulso que alimenta sueños y disfraza frustraciones.
Exactamente lo mismo que hace habitable este lugar y te empuja a volver a la playa en busca de ese cosquilleo indescriptible y eterno, aunque esté onshore.