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La que se nos viene encima

Por el título pensarán que voy a dejarme llevar por la corriente y apuntarme a ese beach break concurrido por cientos de articulistas llamado “coronavirus”. No van por ahí los tiros.
Mario Castro @thecastrs
Mario Castro @thecastrs

Los locales del Cantábrico, muchos de ellos médicos, me han advertido de que otro bicho convive hace tiempo entre nosotros, y es mucho mayor que un virus, aunque no tan alto como un adulto. Ahora mismo, amenaza la existencia de cientos de picos hasta hace poco solitarios, y se dice que es capaz de devorar el ego del surfista más motivado. Vuela y gira, tubea y carveasin contar con más años que los que suman dedos de pies y manos, provocando el furor en la orilla y en sus perfiles de Instagram. Les estoy hablando del grom cantabricus, una especie fácilmente reconocible en las playas de todo el país: “chavalucos y chavalucas” que antes de aprender a hacer oraciones subordinadas ya han sumado en su haber más de medio centenar de tubos.

Mientras el verano pasaba fugaz y enmascarillado, y todos los focos se centraban en perseguir al coronavirus, el alma de playa que escribe estas líneas se ha dedicado a cazar estos nuevos bichitos, cual Fernando Simón de la costa. He querido ver de cerca a los groms cantabricus, analizarlos, estudiarlos, para así, cuando tenga cuarenta palos y estos “maquinillas” se encuentren en la veintena, saber cómo derrotarlos. Pienso estar inmunizado cuando eso ocurra; y si algo nos ha enseñado el Covid-19 es que, cuanto antes se anticipe uno a lo que inevitablemente llegará, las cosas irán mejor.

Mi primera parada es el País Vasco, donde compruebo que en la playa donostiarra de la Zurriola se encuentran claramente infectados. No hay pico sin dos o tres chavalines embutidos en neoprenos cortos, una prenda que pocos mayores de 25 años aceptan ponerse por puro pundonor. Distingo a los hermanos Odriozola, Hans y Kai, también a Enara Palacios y Haizea Duo, y soy saltado sin miramiento alguno por Antón Urbis. Es lo que toca: soy un observador que pilla demasiadas olas. Tampoco me importa: observar cómo los gromsde la Zurriola leen y entienden las olas me produce una satisfacción que no esperaba encontrar. Los locales me habían advertido de la afición al “raterío” del grom cantabricus, pero con lo que me encuentro son chavales y chavalas educados en el arte de coger olas, y no más pendientes de quién entra en el agua, que de la serie que se aproxima.

Tratando de encontrar cepas del grom cantabricus menos concurridas, paso por Zarautz y me encuentro con Iñigo Estensoro y Jon Benito. Éste último grom ha mutado en grom cantabricus twinfinerensis, lo que le confiere una velocidad extra y capacidad de “rateo” extrema. Los locales le advierten, y él agacha la cabeza: por muy bueno que seas, te esperan las que nadie quiere. Lo mismo le dicen a Eneko Estébanez en Mundaka, y a Néstor García y Luis Bolado en la Isla de Santa Marina. Al igual que sucede en tierra en la lucha contra otro virus, en el agua se dan ciertas y flagrantes incoherencias. Algunos de los que alzan la voz mandando a los groms hacia el brazo no son capaces de hacer un take offen condiciones, por lo que empiezo a pensar quién será el virus, y quienes en realidad los infectados. No parece que el grom cantabricus ponga enfermo a nadie a base de tubos, vuelos y cutbacks terminados con  bellos roundhouses. Y sin embargo, pocos hay entre los veteranos que no les lancen miraditas como si se tratasen del mismísimo ébola convertido en surfista menor de edad.

Sigo avanzando rumbo al oeste, más allá de los Picos de Europa y de los bufones que salpican el culo a las vacas de la costa asturiana. Aquí el grom cantabricus se concentra en las playas urbanas, siendo Salinas y San Lorenzo de Gijón dos viveros de “maquinillas surferas” que tienen que pelear contra los perros del hortelano que frecuentan los picos de dichas playas. Xagó es una de las pocas donde se come y la gente deja comer, por lo que allí me asomo, sin esperanza de encontrarme a nadie, deseando un pico de derechas mediometrerascon las que poder disfrutar sin pensar. Me emociono: la playa parece libre de coronavirus, grom cantabricus y homo sapiens, el peor de todos. Y de repente, entre las dunas, asoma la melena rubia de Mateo Vázquez corriendo hacia el pico que iba a hacer reales mis sueños; y en la primera que aparece, se pega un tubito delicado, tamaño barril de vino, una tubería donde sólo podría entrar un grom cantabricus. Comprendí entonces que todos los que hablaban de “virus” estaban equivocados, y que lo único que se encuentra sucediendo es un cambio que muchos se niegan a ver realizado: los chavales de catorce años surfean mejor que nosotros. El cambio generacional va a ser brusco y drástico, como todo en el este mundo de corta y pega que durante demasiados años nos vendieron de mármol. La que se nos viene encima: los grom cantabricusestán preparados.

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Manel Flores

Manel Flores

Fui yo quien traje la primera tabla de surf al norte de España, que no te cuenten historias. Dicen que soy un pureta. Ahora que sé usar un ordenador, escribo en Mar Gruesa

3 comentarios

  1. Carlos tienes razón, pero todavía existimos los abuelos del surfing para seguir poniendo orden…..aunque muchas veces no podamos con ellos….no me resigno a mis años dejar de surfear….seguiré dandoles guerra en el agua a mis……años

  2. ¡¡Ole!!
    ¡Chapo! Sinceramente, me ha encantado el artículo, lo describes todo a la perfección.
    Todos mis respetos y admiración a todos y cada uno de los «grom cantabricus» , que se lo curran y de ahí los resultados…. también a todos los demás, a los pros, a los que van de pros y a los que hacemos lo que podemos pero lo pasamos en grande. Lo dicho respeto y convivencia, que haya cambios generacionales que superen con creces a las anteriores y que sigamos disfrutando y aprendiendo todos de todos…. Good vives!!

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