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Kepa Acero explora el desierto en Mauritania

“Este tiene que ser Guardia Civil”, pensé la primera vez que le vi. Fue en la cuidad de Nouadhibou, en Mauritania. Andaba yo vagando por las calles, tratando de dar con la embajada española para coger un poco de información sobre las zonas de minas. Quería saber por dónde exactamente podía pisar para no salir volando.

Él estaba parado en un atasco. Había salido de su Toyota Land Cruisser, y era el único que se quejaba. Llevaba tres rojigualdas selladas en su polo, alto, fuerte, con gafas de policía, el pelo “patrás”. Ventanas abiertas, Estopa a todo volumen. Se estaba quejando allí, con la confianza de un alcalde. “Este invididuo lleva tiempo viviendo aquí”, pensé.

Yo sabía que había una comunidad de Guardia Civiles bastante grande en esa ciudad, y tenía unas ganas terribles de hablar con alguien en castellano, así que, sin mas reparos, y después de un “manda huevos, madero tenía que ser” a mis adentros, le entré:

-De dónde eres?

Me miró de arriba abajo. Sí, lo se, estoy lleno de mierda y vivo en mi coche.

-Canario, “muyayo”…esto no se mueve….

No le hizo ni una pizca de la ilusión comparado con la que tenía yo por hablar con alguien en castellano, y se limitó a maldecir el atasco.
Estuvimos un rato corto hablando. Le sorprendió bastante que andara por allí sólo buscando olas, pero ahí quedó todo. El atasco se puso en marcha, nos dimos un apretón de manos y siguió su camino. Con dios.
Yo continué arrastrando los pies, entre bolsas de plástico y cabras urbanas.
Una oportunidad perdida. Hubiera sido magnífico tener un contacto, para hablar, y para que me invitara a darme una ducha, por que no decirlo. Yo solo quiero hablar ahora. Y estoy sólo otra vez.

Olvido todos estos pensamientos negativos que transportan mi mente a mi casa, a mi perra, y al ‘qué cojones hago yo aquí”, y empiezo a construir en mi cabeza mi camino hacia el sur. Es un ejercicio que lleva su esfuerzo.
Vuelve a sonar detrás de mí Estopa. “La raja de mi falda”, legendaria. Es la primera vez que me alegro de escucharla. El Land Cruiser me viene a buscar.

………………

-Muyayo, quieres venir a mi casa a comer? no se…para que te pegues unas ducha o algo…

Otra vez esa sensación única de calor por mi cuerpo que solamente puede dar la compañía humana. Qué mas me da a mi que sea picoleto o que venda churros en la calle.

En ese momento yo no tenía ni idea que aquel encuentro iría a determinar mi aventura en el desierto.

………

Conocí a Hamada en casa de esta gran persona.
Hamada era un mauritano que había estado en Canarias viviendo, y hablaba castellano bastante bien.
El no sabía absolutamente nada de lo que era el surf, pero cuando le conté que quería ir al desierto a buscar una ola, se le iluminó la cara. La idea de que no tuviera GPS y que caminara “a la antigua”, orientándome por el cuentakilómetros, la brújula y el sol, parece que le provocó más aún. Así se le tuvieron que quedar los ojos a Shakleton cuando planeaba su odisea al confín del mundo.
A Hamada le gustaba la marcha, y a su amigo Tip, el marino, también.
Pidieron días libres en sus trabajos, y me dijeron que venían conmigo, sin ni siquiera preguntárme a ver que me parecía.
Yo estaba feliz por una parte, pero por otra…coño, no conocía a esa gente de nada. Al desierto con dos desconocidos en Mauritanía.
En estos casos se guía uno de la intuición, busco en sus ojos y veo a Shakleton.
Y la vibración es buena.

Ya es de noche, el Patrol está a tope de trastos y vamos tres en la parte delantera, pero no hay problema, estamos en Africa, somos moros. La marejada está llegando y tengo la sensación de que el universo, una vez más, se ha puesto a mi favor.
Vamos a conducir toda la noche.
Tip, Hamada y yo nos vamos lejos, muy lejos, al corazón del desierto en busca de una ola.

Y todo empezó en un atasco. Cuando me encontré con una gran persona.

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