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El duro arte de comerse los mocos

¿¡cómo es posible que con el incontable número de veces que hemos ido –tú, yo, nosotros…- a Francia o Portugal los ‘pros’ se hagan más tubos en apenas un par de baños que nosotros, pringaos de a pie, en toda nuestra miserable vida!?
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Bien, ante todo, que sepas que eres un pringao. Y yo soy otro pringao. Y todos cuantos me rodean en la oficina son también un puñao de pringaos porque, ¿¡cómo es posible que con el incontable número de veces que hemos ido –tú, yo, nosotros…- a Francia o Portugal los ‘pros’ se hagan más tubos en apenas un par de baños que nosotros, pringaos de a pie, en toda nuestra miserable vida!?

El caso es que además de ser una especie de dioses o haberle caído en gracia a Poseidón, a diferencia de nosotros, simples mortales plagados de limitaciones y obligaciones, ellos sí siguen una serie de pautas que conducen a la sagrada habitación verde y que, a menudo, el resto evitamos.

Para empezar, ellos suelen viajar con previs. La mayoría de nosotros lo hacemos cuando disponemos de vacaciones o hay puente. Asunto importante éste.

Para seguir, cuando tú y yo llegamos a La Gravière o Supertubos y vemos caer guillotinas de 2 metros, nos piramos a un sitio más tranquilito mientras que ellos se lanzan a la batalla. 

La cosa no termina ahí, porque cuando resulta haber un buen banquito de arena -capaz de dar tubos- con sesenta personas disputándose como locos un tramo de ola, generalmente nosotros nos piramos en busca de otra zona más tranquila, mientras que ellos, una vez más, se lanzan a la batalla.

Finalmente, tú y yo tenemos el tiempo limitado a causa de nuestras obligaciones laborales, estudiantiles o paterno-materno-filiales, mientras que ellos, aunque también tengan estas últimas, canjean las dos anteriores en el agua, aumentando drásticamente la posibilidad de triunfo tubular, así como el talento necesario para lograrlo.

En fin, pringao, en este caso, y con permiso de Shakespeare, todo se reduce a la simpleza de ‘estar o no estar, esa es la cuestión’. Por eso, la próxima vez que te eche el miedo, la ansiedad de tanta gente o simplemente el reloj, plantéate que estar ahí no es gratuito. Así que deja de echar pestes con ‘qué mala suerte tengo’, afila tu cuchillo y al lío (o envíale un detallito envuelto con amor a Poseidón). 

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