Para poneros en situación, imaginaos la siguiente estampa: un grupo de surfistas saliendo de un baño con unas olas absolutamente perfectas. Lo curioso de todo es que todos, sin excepción, lucen caras largas e impropias en una sesión tan espectacular. ¿Cómo es posible tal cosa?
Hablan entre sí y uno dice que hubiera sido el baño de su vida en caso de haber 20 personas. Sin embargo la realidad es bien distinta. A ese número le falta un cero porque la cifra de surfistas en el agua rondaba los 200.
Y es que el parte era cantado: swell sólido, pero no ‘asesino’, ideal para un buen inside hueco pero ‘comercial’, y vientos flojos durante todo el día. A eso súmale un sol de justicia y el agua caliente como la sopa. Verbena asegurada.
Otro permanece callado y con cara de mala hostia porque alguien se le ha cruzado en medio del brazo en las dos únicas olas que ha cogido durante toda la sesión. A veces las disculpas no reconfortan y a uno le cuesta saber cuándo se debe realmente a un despiste (no te vi) o es pura picaresca (salgo sin mirar para no ver que estás).
¿Acaso importa? Dos de dos de dos: dos horas; dos olas; dos saltadas.
El tercer surfista no sólo empatiza con el anterior sino que su decepción aumenta al haber visto a todo Dios poniéndose las botas. Es como si el resquemor de que no te cuadre ni una de las buenas picase aún más cuando abundan los tubos, pues no es lo mismo ver al resto coger míseras chustas que las olas que a uno le gustaría pillar.
No le llaméis mezquino. En realidad, todos somos así. ¿Acaso no es este el motivo que nos empuja a comprar lotería de navidad? No vaya a ser que le toque a ese y a mí no…
A estas alturas la cuestión pasa a ser la siguiente: ¿qué es un buen baño y en qué medida la perfección de las olas contribuye a que lo sea?
La paradoja radica en que las olas perfectas ayudan, obviamente, pero parecen no ser el elemento esencial de la ecuación puesto que cuanto más buenas son y peor le sale a uno el baño (a causa de la gente, de las saltadas, del ‘pro’ de turno que no te ha visto, de que sólo te cuadran las que cierran, de que justo uno se ha caido y tú te has dao la vuelta tarde…) mayor es también la decepción. Asimismo, ¿de qué sirve que esté perfecto si cada vez es más complicado coger tan sólo una de las buenas? Es como morirse de hambre frente al escaparate de una pastelería. En ese caso, valdría más mirar a un muro de hormigón armado, ¿no?
Ya en el parking divisan un ‘line up’ absolutamente épico. Una sucesión de líneas de postal clásica. Izquierda eternas sucediéndose en un entorno icónico.
¿Y? Ningunode lo ha disfrutado.
Lo que debiera ser una alegría pasa a ser una decepción. Las previs del resto de la semana son muy similares, pero en lugar de enfocarse en los bañazos que se auguran, hay quienes parecen sucumbir a la pereza del gentío e incluso los problemas para aparcar.
Y de este modo, lo que un día le dio vidilla a mucha gente y les motivaba a madrugar, hacer kilómetros y jugarse una bronca familiar por no perder una buena llamada de ‘la barra’, acaba siendo el mismo pretexto para no volver y ansiar un parte menos claro, un viento más cruzado o un mar cabrón de verdad, de esos que te estampan la crisma contra el fondo en lugar de hacerte pedazos el alma al mostrarte su mejor cara; una cara tan bonita que ya son demasiados los que la quieren besar.
2 comentarios
Amen
Lo que viene siendo el anti-surfing