Recientemente hemos recibido la -no sorprendente- noticia de que este año la ‘Triple Corona’ hawaiana volverá a tener un formato ‘online’.
¿Qué significa esto?
Muy sencillo; los vencedores se decidirán en base a los votos obtenidos por sus mejores olas filmadas durante el periodo en que esté abierta la competición.
¿Qué implica esto?
Muy sencillo también; que no habrá eventos físicos en Haleiwa, Sunset y Pipe, que congreguen de forma puntual a la crema del surf en tales ‘spots’ durante los días decisivos.
Este nuevo formato se implementó de manera ‘expecional’ durante el COVID con el fin de poder perpetuar lo que venía siendo uno de los títulos más prestigiosos delmundo del surf a pesar de las limitaciones vigentes en dicho periodo. Como entonces la congregación de gente y la organización de eventos físicos pendía de un hilo y resultaba prácticamente irrealizable, se decidió recurrir a este nuevo formato virtual, capaz de disipar multitudes y, aún así, favorecer que cada surfista pudiese seguir aspirando a la legendaria corona (la hawaiana, no la del virus).
La curioso es que, años después, la ‘Triple Crown’ siga manteniendo ese formato ‘online’ que, en nuestra opinión, empobrece sustancialmente la experiencia de lo que venía siendo a nivel histórico.
Y es que hay campeonatos que forman parte de la cultura de nuestro deporte, trascendiendo la mera competición atlética gracias a las implicaciones que tienen en cuanto a su estatus casi mítico, en parte determinado por lo icónico de determinados ‘spots’ y la influencia de sus comunidades locales que cobra aún más fuerza cuando se congrega en el clímax de la temporada de los grandes ‘swells’.
Si bien es cierto que la industria flojea y que, en la mayoría de los casos, los campeonatos no resultan rentables económicamente para los ‘sponsors’, sí que la propia industria debería velar por aquellos que han contribuido a construir su propia esencia.
E indudablemente, la Triple Corona Hawaiana es uno de esos casos.
¿Os imagináis un Eddie Aikau sin ceremonia y con la bahía de Waimea vacía?
Es cierto, seguiría habiendo vencedores con agallas en base a olones, pero toda esa energía y todo ese espíritu tan especial que se congrega en un espacio concreto y en un determinado momento desaparecería. Y con esto, se esfumaría también parte de la magia de dicho evento, ¿no creéis?
Como decíamos, la ronda hawaiana adquiere este mismo toque prácticamente místico. De ahí que sea un título capaz de consagrar la carrera de muchos y esté inevitablemente vinculada a figuras emblemáticas como Kelly Slater, Sunny Garcia, Andy Irons, Derek y Michael Ho, Parko, John John… Y parte de todo ese encanto es el encuentro de la élite de una comunidad unida a unas jornadas mágicas y marcadas por tres ‘spots’ absolutamente legendarios, con la intensidad ‘física’ y ‘tangible’ que conlleva.
Con ello, no estamos quitando valor a los vencedores que se imponen a través del formato actual. Sobra decir que toda la gente ‘ripa’ y que las olas vencedoras siguen siendo portentosas. Sin embargo, extraer de la ecuación la energía de un público entregado en medio de unos competidores que se la juegan -al unísono- en unas condiciones tan exigentes empobrece, a nuestro juicio, el resultado final de dicho conglomerado.
Y es que hay tradiciones que deberían permanecer intocables y trascender en el tiempo como rituales intocables. Comer palomitas en el cine o poner el despertador bien temprano en la mañana de Reyes son un par de ejemplos válidos. La Triple Crown ‘presencial’, tal y como la conocimos ‘ayer’, es otro de ellos.