Es curioso cómo tan sólo unos pocos metros pueden suponer tal diferencia dentro de un espacio tan inmenso como es el mar. Es más, cuando uno piensa en el mar, la mente parece adquirir un nuevo lenguaje en cuanto a superficies, litros, profundidades y kilómetros. Sin embargo, los detalles insignificantes siguen contando, como en el resto de nuestras vidas -como en todo- a la hora de determinar qué es mediocre y, por tanto, no deseable (por ejemplo, un cerrote), y qué es algo celestial y capaz de permanecer en tu memoria por siempre: un tubazo.
Hay olas que dependen del rebote que se genera contra un dique o que simplemente conceden el regalo de un tubo muy de vez en cuando. El recuerdo de coger una ola especialmente buena en un lugar así puede acompañarte en tu mente hasta el día en que te mueras, mientras que coger otra más, una ola mala, un cerrote, una saltada… es descartado por tus recuerdos casi automáticamente porque no va a ningún lado.
Un espacio de medio metro tampoco parece ir a ningún lado cuando hablamos de una superficie de miles de kilómetros. Sin embargo, puede resultar crucial e incluso determinar lo que va a formar parte de ti desde ese momento, ya sea un recuerdo feliz o, para un surfista profesional, la ola que catapulte su carrera o le conceda una victoria.
Y es que esos 50 cm pueden favorecer que cojas dicha ola en el punto exacto que te permita salir del tubo. En consecuencia, que construyas una sensación única y, finalmente, un recuerdo imborrable.
Recordad el bajadón de Andy en Teahupoo o su famosa ola en Backdoor mano a mano con Kelly, separados por unos pocos centímetros. O la famosa interferencia de Medina a Ibelli en Portugal, uno de los detonantes de que éste perdiese el título de 019. Un par de metros adentro tras una remontada y… se acabó.
Como surfistas, ningún recuerdo imborrable se construye a partir de una ola insignificante. Sin embargo, algo tan insignificante como unos pocos segundos rodeados de agua, concedidos a su vez por unos insignificantes 50 cm se transforman automáticamente en algo colosal para nosotros. Y así volvemos a reparar en la lección que nos ha enseñado el COVID, el surf y la vida misma: incluso lo más grande puede surgir de lo más pequeño.