Hablamos, por ejemplo, de entrenadores que graban a sus alumnos, padres, fotógrafos con sus cámaras, surfistas que se quedan mirando antes o después de su baño, e incluso la comunidad local de ciertos spots, que tiende a reunirse en la misma zona para observar y analizar las olas.
Todos estos condicionantes son capaces de generar una atmósfera concreta y, en consecuencia, lo queramos o no, pueden repercutir directamente en el modo con que afrontamos nuestros baños. Es más, si nos encontrásemos en una playa desierta, seguramente una caída tonta no nos sacaría de quicio e incluso, quien sabe, tal vez escogeríamos un equipo diferente con el fin de surfear al margen esos parámetros preestablecidos que dictan cómo se supone que hemos de surfear tales olas.
Lo cierto es que esa especie de presión social, sumada al hecho de devorar incesantemente imágenes de tubazos, girazos, aéreos, grandes ‘hits’ de la WSL… Hace que sucumbamos a unos estándares que incluso pueden resultar ajenos a nosotros mismos en muchos casos. Y como todos estos factores (miradas, análisis, vídeos, equipo, tutoriales…) confluyen finalmente en nuestra sesión de surf, ésta acaba siendo determinada por ellos, nos guste o no.
Ante tal escenario de presión que, como decíamos, se aleja de la idílica estampa de una playa remota, muchos surfistas -incluso de gran nivel- sucumben y no logran dar lo mejor de sí debido a la mala pasada que les juega su propia mente.
Miedos, inseguridades, nervios, el hecho de querer estar a la altura o un altísimo nivel de exigencia pueden tirar por tierra el rendimiento de una sesión que, con toda certeza, habría sido muy diferente en caso de no haber tenido público.
Por otra parte, hay surfistas que se crecen y son capaces de dar lo mejor de sí cuando surfean con público como consecuencia de una mente más fuerte o por el simple hecho de estar acostumbrados a surfear entre multitudes y miradas analíticas.
Por este motivo vemos a grandes surfistas ‘fracasar’ en competición o en spots concurridos, mientras que otros se vuelven unos auténticos ‘cracks’ en cuanto se enfundan una lycra o copan miradas y teleobjetivos. Literalmente, unos se vienen abajo mientras que otros se crecen.
Existe un último factor determinante en toda esta cuestión, y es el hecho de que el surf es un deporte individual y extremadamente subjetivo, en el que no se puede culpar a todo un equipo ante una mala ejecución.
Algunos diréis: ¿acaso el tenis no lo es? ¡Por supuesto! No obstante, y dejando a un lado la increíble fortaleza mental que el tenis requiere, el surf es exponencialmente más subjetivo. Basta como ejemplo el hecho de que en el tenis tú ves dónde cae la pelota, lo cual genera en ti una idea aproximada y veraz del tipo de golpe que has realizado. En el surf, por el contrario, tú te imaginas tu propio ‘reentry’ en su totalidad, por lo que una predisposición mental negativa puede jugar una mala pasada incluso tras una buena ejecución. De ahí que el entorno que ha motivado dicha predisposición sea absolutamente crucial.
Se mire como se mire la ecuación que estamos analizando, a menos gente mayor tranquilidad. No obstante, según pasan los meses, hay –y habrá- más gente y más condicionantes. En consecuencia, o aprendes a gestionar la situación o cada vez vas a sentir más derrotas en lo que es, de por sí, una victoria: entrar al agua.