Desde que el surf se ha convertido en un objeto de consumo más por la masa, parece complicado no exasperar viendo las playas y lugares que uno disfruta en invierno, convertidos en un parque de atracciones. Aparecen perfectamente disfrazados visitantes ajenos al lugar, con equipos último modelo y una especie de pose ecologista que actualmente parece obligatorio para el pack. Entre toda esa maraña oscura en la que se ha convertido esto, aparecen rayos de luz, mentes pensantes que me hacen mirar con esperanza que no soy el único que observa desapacible esta escena.
En una reciente conversación con un amigo esquiador, comentaba que en España el esquí es tan solo un pasatiempo cuando en el resto del mundo, es una cultura. El esquí va más allá de un mero entretenimiento es una cultura y una manera de vivir la montaña.
El surf es mucho más reciente para Europa que el esquí, somos una segunda generación de surfistas, pero realmente casi la primera. Los pioneros eran muy pocos y tampoco existe una cultura como en Australia donde el abuelo ya surfeaba. Si a eso le juntamos la mercantilización que ha sufrido el surf, como objeto manido para las garras de intereses económicos, nos queda una especie de mezcla cuanto menos despreciable. Se ha generado un objeto marketiniano, estilo de vida libre y shakas completamente estético.
Realmente la cultura del surf no es lo que parece, no hay buen rollo ni buenas olas, ni dinero para comprar tablas y qué decir de furgonetas. Una cultura no es el producto de venta, es la realidad detrás de la misma. La cultura es respeto por el entorno, los lugares donde estás y la gente con los que lo compartes. Esa cultura, igual que el romanticismo en nuestro mundo, parece ya en peligro de extinción. Hay que sacar un rédito de todo con el fin de demostrar que cumples el estándar que quiere de ti el mercado y esa palanca parece ser el surf. Una falsa libertad convertida en producto de consumo.
El invierno parece tener esa pureza, que saca lo más bonito de la naturaleza y parece incomodar a todo aquello que le es ajeno. Esto parece trasladarse al surf, cada invierno todo parece volver a su estado original.
Un comentario
«Realmente la cultura del surf no es lo que parece, no hay buen rollo ni buenas olas, ni dinero para comprar tablas y qué decir de furgonetas» Chapó!