Obviamente hay un puñado de factores que facilitan nuestro buen humor, como por ejemplo la calidad de las olas, la buena compañía, un paisaje bonito o incluso surfear a determinada hora del día, amanecer o atardecer, sobre todo.

Sin embargo, el surf está lejos de ser una ecuación matemática invariable e infalibe. Más bien es una obra de arte abstracto en la que, por mucho que se alineen dichos parámetros, uno nunca sabe qué va a suceder.

Y es que, ¿saldrías contento del agua tras un baño de olas perfectas en el que sólo has podido coger dos y en las dos te has caído de cabeza? Seguramente no. Del mismo modo, sí que puedes salir rebosante de felicidad tras un baño ‘chopi’ o con olas mediocres, pero en el que te has planchado un par de ‘maniobrones’ de esos que rara vez te cuadran.

Por eso, la felicidad que entraña el surf es tan caprichosa y subjetiva como las propias condiciones del mar. Y por eso cada uno de nosotros somos un caso único a la hora de interpretarlas. De ahí que, a menudo, decimos ‘hay un baño’ cuando a nosotros nos sale bien, mientras que, objetivamente, las condiciones no están ‘muy allá’. Es decir, mezclamos realidad y subjetividad (positiva, en este caso) porque la dicha nos invade hasta el punto de alterar nuestra percepción y hacer de ese día, un buen día en términos generales.

Nosotros (ni nadie) somos incapaces de numerar las premisas de un buen baño. Es más, tampoco podríamos describir aquello que te hace sentir, a caballo entre la satisfacción, la alegría de la auto superación, la calma o, simplemente, la relajación tras el ejercicio. Por eso, una vez más, volvemos a repetir que el surf es algo abstracto, propio, subjetivo… Algo que cada uno ha de vivir para sí y de forma totalmente personal.

Con twin, con single, con longboard, con shortboart… Sea como sea, lo único invariablemente certero es ese cliché que afirma que todo en la vida es cuestión de sensaciones.