Durante años había tenido un póster triple de Surfer Magazine en la pared de mi habitación. Desde la mitad de la playa de Puerto Escondido, se veía un precioso pico rompiendo y las casas de la colina que hay en el lado derecho. Sin surfistas, más misterioso y atractivo.
Eran las 10 de la noche en el aeropuerto de México DF. Se suponía que mi primo Peio llegaba en el vuelo de París. No móviles, no visa, sólo Traveler Checks de Amex. No llegó.
“Agarré” un taxi y salí hacia la estación Sur de autobuses para “agarrar” el “guajolotero” (autobús dónde los campesinos subían con todo tipo de mercancías, incluidos los guajolotes, una especie de pavos) de media noche a Puerto Escondido.
Cuatro días antes visitaba Escuelas y universidades vendiendo anillos de graduación Zinder a los jóvenes que se graduaban (era una práctica de AIESEC).
Tres días antes había recibido una carta de mi hermano que me decía que mi inutilidad para librarme de la mili era temporal y que me llamarían para presentarme de nuevo en unos días.
Dos días antes había comprado un pasaje México-Miami-London después de despedirme de Zinder.
La víspera el peso mexicano se había devaluado un 40%, el país estaba revuelto.
Decidí gastar los últimos pesos, dólares y días en Puerto Escondido, que era lo que realmente me interesaba de México.
Hasta Acapulco la noche fue bien excepto un par de quiebros bruscos del bus para esquivar unas vacas. Acapulco, parada en lo alto de la ciudad. Vi el Pacífico pero desde lejos y con poca luz, con los ojos entrecerrados por el sueño.
400 kms más. Viendo a ratos el Pacífico azul, las lagunas costeras y la vegetación verde. Por fin estaba llegando al Pacífico de Vasco Núñez de Balboa.
Llegué y lo primero que vi fue una ranchera americana que circulaba despacio por el pueblo. Surfista barbudo americano dentro y tablas arriba. Le seguí y aparcó junto a unas palapas de alquiler. Alquilé una, dejé mis cosas y bajé hasta el centro de la playa.
Me bañé en el Pacífico. Que gusto!
Y mientras volvía me dio un bajón y pensé que ya había cumplido mi sueño, que podía recoger la mochila, “agarrar” un “guajolotero” de vuelta y adelantar el vuelo.
Me duró poco pero me preocupó. Sería el jetlag del autobús.
Me hice amigo del americano y de unos locales, me prestaron una tabla, cogí olas, incluso en la punta aquella de la izquierda y hasta rompí la quilla de la tabla que me prestaron.
Y llegó el momento de volver. Mi amigo americano no entendía que no me quedara.
La pobre iguana que me miraba desde la esquina, con la boca cosida, tampoco debía de entender nada.
Era muy sencillo, no tenía pasta y quería terminar la carrera y librarme de la mili. Todo muy, demasiado, racional.
La vuelta un infierno: de los 104 dolares que tenía en el aeropuerto del DF, los de la PanAm me quitaron 50 a cuenta de la “devaluación”. En Miami no problem. En Gatwick 4 horas en el Centro de Detención del aeropuerto por no tener pasta para salir del país (no eramos “europeos” entonces). Por suerte, con la llamada de cortesía que me concedieron, localice a Francis Arribas que me sacó de allí, me invitó a cenar y me prestó 10.000 ptas para volver a casa.
No he vuelto a ver el Pacífico, ni a oler ni saborear su salitre. Lo más parecido, cuando iba a cenar en París a Café Pacífico.
2 comentarios
!qué voy a contar!
que me encanta saber que los amigos siguen vivos (vibrando)
abrazotes de colores a tod@s
!qué voy a contar!
que me encanta saber que los amigos siguen vivos (vibrando)
abrazotes de colores a tod@s