La leyenda urbana decía que un surfista australiano había ido desde Hossegor hasta Anchor Point, en Tagasud (en el quinto pino de Marruecos) en autostop con su tabla de surf. Por supuesto costeando todo el Cantábrico, la costa de Portugal y el Atlántico marroquí.
Sonaba un poco fuerte el tema.
Aunque a finales de los 70’s el autostop era un “deporte” muy saludable y muy seguro.
Yo iba de Zarautz a Donosti todas las mañanas -a clase- en autostop, y volvía. A veces te tirabas un buen rato pero otros días era inmediato.
En realidad era un poco como el Facebook pero de verdad. Lo de poner el dedo para hacer autostop era como pedirle a alguien que sea tu amigo en Facebook: de repente uno te dice que si. Te para y te subes a su coche. Y aunque fuera por interés (yo quiero que me lleves a Donosti) era de verdad: de repente te subías en un coche de un fulano y no podías dar al botón de “ya no me gusta” y estar fuera del coche. El fulano podía oler mal, ser un borde, conducir peligrosamente o cualquier cosa que se te ocurra.
Eso era una auténtica red social: estabas atrapado en un coche y tenías que llegar al destino utilizando tus recursos sociales, labia y aguantar el tirón.
Pero estábamos con el surfista del autostop.
Yo me acostaba con esa idea fija en la cabeza cada noche.
Y llegó un verano en que me aburría en Zarautz. Tenía dos tablas, una Jerónimo y una Gordon & Smith, preciosa, verde y blanca, de 2m13cm.
Vendí la Jerónimo y decidí irme en autostop a La Coruña a visitar a mi amigo Vari, al pub O’Patacón.
Ir con una tabla en autostop tenía su miga. Mi madre me hizo una funda roja y metí la Gordon Smith en un saco de dormir, y todo ello en la funda roja.
Hice un invento con gomas elásticas y unos ganchos para colocarla encima de los coches (pocos tenían baca) y engancharla.
Mi hermano trabajaba en Cruces. Me acercó hasta la salida de la N-634 y, debajo de un árbol, llovía, empecé a “hacer dedo”. Me paró un camión pequeño
y un par de coches. En Solares me pararon 4 universitarios (tres y una) que venían de Santoña y eran de letras. Me acoplé e hicimos todo el Cantábrico, pasamos de largo A Coruña, y bajamos hacia Portugal. Visitábamos 3 ó 4 iglesias cada día. Llegué a distinguir el románico, el gótico, las plantas griega y romanas, … y muchas cosas mas.
En Peniche les pedí que me acercaran al camping y me quedé un par de días. Ni una ola. Así que cogí un autobús a Lisboa, fui al camping y los encontré.
Me volví con ellos a Santoña, pasé por casa de mi hermano, me dio 1.000 pesetas y con ese dinero me fui en tren a Mundaka a gastar mi última semana en el camping.
Creo que me convertí en el surfista que con tabla y en autostop hizo el segundo recorrido mas largo por el litoral Cantábro-Atlántico. Por detrás del australiano de la leyenda urbana.