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Desertenia

Un relato acerca de un buen día de surf en Marruecos por Antón Varela, que bajó hasta allí en su vieja furgoneta y encontró olas, amistades y tranquilidad.
Desertenia por Antón varela
Desertenia por Antón varela

La víspera del día de Nochebuena conduje desde Aourir, también conocido como Banana Village, una pequeña villa en el centro de Marruecos famosa antiguamente por sus plantaciones de bananeros hasta Desert point, un reef break de derechas unos veinte kilómetros al Norte. Es un lugar místico. Alejado de los núcleos más poblados, desde el acantilado se apreciaba ya la ola que quería empezar a funcionar como en sus mejores días.

El pico del swell había llegado el día anterior con olas de un poco más de dos cuerpos y mucha corriente. Al llegar me encontré a mi amigo Felix en el agua. La marea estaba demasiado alta y ello hacía que el pico no estuviese muy definido. Había olas de alrededor de un cuerpo y medio y Félix salió del agua al poco de llegar yo. En Desert se aparca al borde del acantilado pero Félix, el joven Millenium que estaba acampando allí con él y yo aparcamos un poco más alejados bajo un enorme árbol de argán que nos proporciona la sombra necesaria durante las soleadas tardes africanas y nos permite colgar los trajes y toallas en sus fuertes ramas. Ambos conducen la misma pequeña caravana Mitsubishi aunque la de Félix está vacía y camperizada por el mismo, además de tener un print psicodélico también hecho por el mismo.

Arbol argán Marruecos

Yo conduzco una pequeña Fiat Doblo del 2005 blanca que he cruzado desde España. Descansamos mientras charlamos sobre la posibilidad de tener un buen baño durante el atardecer. Serían alrededor de las cuatro de la tarde, y, mientras esperábamos bajo nuestro árbol de argán, la bajada de la marea parecía confirmar nuestros pronósticos. El pico comenzaba a estar más definido en el inside de la ola. Empezó a soplar también una ligera brisa cross-onshore que hizo que la sesión semejase no tan limpia como a primera hora de la tarde. Discutimos si entrar sobre las cinco pero decidimos tomarnoslo con más calma confiando en que el viento rolase con la llegada del final del día para acabar soplando off-shore. Entonces ocurrió. Poco a poco el viento comenzó a soplar ligeramente offshore y con la marea cada vez más baja las olas mejoraron con cada serie.

Sin mucha prisa comenzó el ritual de ponerse el traje y decidir con qué tabla íbamos a entrar, con el nerviosismo de saber que íbamos a entrar en la que probablemente sería una de las mejores sesiones de la temporada. Entramos al agua prácticamente a la vez, sin hablar mucho entre nosotros. Félix y yo con sendos single fins y el Millenium kid, el cual no recuerdo su nombre verdadero porque siempre le llamamos así cariñosamente debido a sus recién cumplidos dieciocho años, con un twin fin.

Había olas de un cuerpo y medio y soplaba una ligera brisa offshore que, junto con la marea cada vez más baja hacían que la ola ofreciera unos preciosos tubos a lo largo de toda la sesión. Todos pillamos olas geniales y largas entubando en algunas de ellas. La ola era lo suficientemente grande como para disfrutar del tubo sin tener que ir muy comprimido. Además, después de la rompiente, con esa marea hay una balsa de agua que hace a la espuma perder prácticamente toda su fuerza y a nosotros estar muy cómodos en el agua. Vi a Félix la que, según él mismo, fue una de las mejores olas de su vida. Una ola de la serie desde el inside que surfeo completamente erguido pasando al menos un par de secciones por dentro del tubo, saliendo de manera muy limpia gracias a la nobleza de la misma.

Surfeamos hasta que se hizo de noche. Es uno de mis spots favoritos para surfear especialmente en ese momento del día o durante el amanecer. Supongo que habréis visto los colores del atardecer africano. Es exactamente eso. Enfrente la inmensidad del océano y detrás, el marrón de las piedras del acantilado se van difuminando y convirtiendo en verde a medida que te acercas a lo alto de las montañas pobladas con argán y cactus.

El azul del cielo, el naranja del sol, el marrón de los acantilados y el verde del argán. Nos abrazamos al salir y hablamos emocionados sobre todo de olas que habíamos visto, no demasiado de las que habíamos cogido nosotros mismos. Cocinamos juntos y pasamos la noche bajo uno de los cielos más estrellados de los que se puede disfrutar en la zona al no haber poblaciones cercanas o, al menos, no con alumbrado nocturno. La ola siguió funcionando de manera similar durante un par de días más pero eso ya es otra historia. Paz.

Dedicado a mis hermanos de Desertenia.

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Antón Varela

Antón Varela

Una imagen vale más que mil palabras. Es por eso que acompaña sus vacíos relatos actuales con fotografías de su cámara analógica de los 90.

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