Está claro que el surf está de moda. Utilizado y casi prostituido por marcas, influencers y cualquier actor del mercado de este siglo 21.

El surf ha pasado a convertirse en un instrumento de recaudación de likes y de visitas. Incluso, ya casi en cualquier conversación cualquiera hace surf, cualquiera se ha ido a Marruecos a surfear. Es todo tan extremo que llega a ser hasta ridículo. Por otro lado, la industria parece herida de muerte y su solución no es otra que continuar con la aberración que vivimos, en vez de defender la esencia de todo esto. 

Como todas las modas acaban pasando, algunos vivimos con la esperanza de que ésta también y que todo vuelva a un cauce normal. Que desaparezcan los falsos profetas de YouTube con sus consejos, tips y demás contenido que poco parece aportar. Que los influencers se dediquen a algo que no esté de moda y dejen de destrozar todo aquello que tocan. Igual después de este tsunami mercantil, aparece una calma. Porque cuando la gente se empieza a dar cuenta de que hace lo mismo que todo el mundo, quiere diferenciarse.  Igual la moda cambia y las furgonetas camperizadas en vez de ir a destrozar las playas de Portugal, empiezan a destrozar los Pirineos. Cosa que será igual de desastrosa que la anterior.

Para el antiguo Papá Ratzinguer la iglesia estaba destinada a desaparecer y renacer como en los primeros días, en pequeñas comunidades. ¿Volverá a renacer el surf de las cenizas que otros han dejado?