La web de surf

LA OTRA INDONESIA PT.1

Por Legi Alonso
Fotos: Legi Alonso / Adri Menéndez

Si lo pienso fríamente, no volví odiándola causa del gentío, las saltadas o la mierda de ‘swell’ que nos cuadró. Lo que me hizo regresar con el firme propósito de no volver a poner el pie en aquella isla nunca más es algo mucho más primario y cuya culpa no puedo atribuir a nadie más que a mí mismo.

La idealización. Esa es la causa primera del rechazo que ahora siento hacia aquel lugar. 

Y es que cuando viajas a Indo, resulta casi imposible ir sin una idea preconcebida. Es tan fuerte el embrujo que ejercen todas esas imágenes de olas perfectas que la quimera de la perfeccción llega a apoderarse de uno hasta anular cualquier signo de sensatez. 

Por eso la idealización es letal e idealizar algo entraña, en cierto modo, acabar con ello. 

La idealización induce a la fantasía y ésta, tras una colisión frontal con la realidad, suele dar lugar a un fatal desencanto que va invetablemente ligado a la sensación de fracaso y decepción. Por eso, Obersvar algo tras el velo de la idealización es como visitar por primera vez una ciudad en carnavales. Nada es lo que parece, y al día siguiente, cuando todo vuelve a ser lo que es, sin máscaras, sin adornos y sin color, cuesta encontrarle el sentido real a aquello que ayer tenía una magia especial.

Para todo surfista -a excepción de quienes van a Bali en busca de sarao y hastags-, la motivación que da sentido a un ‘trip’ a Indo son las olas perfectas y los tubos. No hay más. 

A partir del momento en que decides ir comienzas a entretejer toda una telaraña de fantasías que alimentan un escenario ideal, a menudo no correspondido por la realidad, y por tanto, difícil de satisfacer. Pese a ello, esa quimera acaba condiconando tus tablas, tus horarios de comida o de sueño, tus prioridades en la vida y, lo peor de todo, tus esperanzas.

Todo tu ser queda supeditado a un fin arcaico e inexplicable: coger un puñado olas de las que no puedes disfrutar en casa. Y así, cuando la serpiente de la idealización ya ha inyectado en ti su veneno, dejas de ser tu propio dueño para convertirte en una especie de zombie que vaga a merced de una dulce promesa líquida. 

Sólo hay una diferencia con respecto al zombie cinematográfico: no es tu piel la que se cae a cachos, sino tu perspectiva ideal de las cosas la que se va haciendo añicos conforme la realidad cobra presencia. 

De este modo, bajas a Madrid a coger un avión y la misma furgoneta que no ha dado un sólo problema en 15 años te deja tirado en mitad de Castilla. O un viento impropio de la época destroza sistemáticamente el mar, día tras día. O ese puto ‘swell’ no acaba de entrar. O al fin te aventuras a coger un barquito con la poca pasta que te queda porque dicen que ‘allí’ sí habrá olas, pero resulta ser que no. Y para colmo… 35 personas en cada pico, cada punto de marea o por muy pequeño que esté. Es decir, no hay triunfo final como en Hollywood, y una realidad que nada tiene que ver con los sueños de uno acaba imponiéndose a hostias.

Entonces te sientes como un imbécil por haber recorrido medio mundo para acabar pillando un metrillo de mierda a medida que tu paciencia comienza a estar tan al límite como la cuenta corriente que has dejado en casa. 

Ahí es cuando la metástasis de la idealización adquiere su clímax. Cuando todos tus planes, tus anhelos, tus esfuerzos y tus esperanzas se mezclan sin sentido y pierden su forma como un chicle que no dejas de rumiar. Y de esta guisa, sentando frente a un icónico ‘reef’ que te niega la recompensa de un simple tubo, comienzas a tomártelo como algo personal y odias el surf, odias Indo, odias tu suerte… 

Entonces te preguntas qué coño haces ahí, por qué cojones sigues creyendo en todo esto… Incluso en lo más hondo de tu ser deseas volver a casa, evidenciando la estúpida paradoja que envuelve a tu propia presona, pues hace apenas un par de semanas te hallabas precisamente en la tesitura opuesta, también sin explicación alguna: te morías por irte de casa.

A estas alturas de viaje, cegado por un irracional sin sentido, dejas de ver las cosas con claridad y culpas de todo lo que te ocurre a un simple trozo de tierra o de mar, obviando, naturalmente (antinaturalmente, mejor dicho), todas las cosas jodidamente maravillosas que te han llevado hasta ahí, incluyendo ese frágil mecanismo que te mantiene vivo y te procura una valiosa lección con cada experiencia. 

Esto nos lleva a la segunda causa por la que un primate como yo acaba odiando Indonesia: la tozudez.

La tozudez se manifiesta de muchas maneras. En mi caso, he construido un tabique entre el mundo y yo que me impide asimilar el cambio. 

Dicho de otro modo, siendo el cambio lo único en todo el universo que permance inalterable, soy tan necio que quiero que ciertas cosas desafíen esta lógica y permanezcan igual que siempre. Por ejemplo, que aquella isla mediática pase inadvertida y que siga como la primera vez que estuve allí, que no haya veinte ‘garitos chill’ ni nadie que entre en marea baja. 

Pero claro, detener el devenir de los acontecimientos es como pretender quitarle las pilas a un reloj creyendo que así frenas el paso del tiempo. Es un disparate. De ahí que mi reticencia al cambio sea disaratada y eso me convierta en una criatura condenada a darse de cabeza contra un muro, no mucho más racional que cualquier otra tristemente expuesta a través de una jaula.

Por si toda esta insensatez no fuese suficiente, ahora me descubro elaborando un artículo que seguramente contribuya a alimentar la idealización de otros, dado que escojo hábilmente ‘line ups’ donde ‘cerrotes’ parecen abrir o me quedo con la foto de un aéreo en lugar de un ‘floater’ mediocre en medio metro. 

¿Por qué no muestro el cerrón tal cual o envío a redacción el mísero ‘floater’? 

¡Quizás debiera atreverme! Pero algo me acobarda: esa falta de idealización tan rotunda magullaría mi puto ego y pasaría inadvertida ante una audiencia y unos medios ávidos de carnaval. …Luego, en la intimidad, me quejo al sentirme morir sepultado bajo una avalancha de gente y sucumbo ante el pulso entre sueño y realidad. Puto farsante…

¿Acaso ya no soy sincero ni queriendo o es que el hábito de la idealización nos ha vetado para siempre el sendero de la verdad?

A pesar de todo, quiero terminar de escribir esto de forma honesta. Por eso aprovecho para decir abiertamente que este artículo no es fruto de una iniciativa propia o desinteresada. De hecho, esta historia ve la luz meses después de haber vuelto de viaje, sencillamente porque no me ‘ha salido’ antes. Mi esperanza volvió yerma y mi memoria prefirió huir.

La única razón por la que esta historia ha cobrado forma es el sudor de Adri, un amigo que sacrificó baños para hacerme fotos bajo un sol de espanto, con una camiseta enrollada sobre la cabeza, sudando como un perro. Y todo porque sí, sin otro interés ni más motivo que su cariño. 

Y también la gratitud que quiero manifestar a DENEV y a Deflow, cuya confianza en mí hace posible que pueda seguir viviendo tal y como lo he hecho hasta ahora: anteponiendo a todo el surf y los disparates que ello conlleva.

La gracia de todo es que aunque trate de evitarla vuelvo a echar mano de la idealización, pero no con el fin de engañar o engañarme, sino con el firme propósito de evocar, de agradecer y de honrar. 

Tal vez este sea el único modo de hacer germinar la semilla que nos impulse con ímpetu una nueva mañana. Al fin y al cabo, como dijo el poeta, ‘la vida es un va y ven entre el recuerdo y la esperanza.’

¡Eso mismo es el surf!

2 comentarios

  1. Me gustó la crónica y las fotos… Pese al escaso positivismo… ¡No sólo de surf vive el hombre! Un viaje así conlleva muchas historias… Si sólo lo disfrutamos si hay buenas olas, estamos apañados… A ver si en Pt. 2 vemos otra cara 😃

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *