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ECUADOR

Marzo del 2020, Lima.

María Barca Pensado.

Somos Carlos y María, dos gallegos que aterrizaron en Perú con la excusa de trabajar y estudiar y que durante dos meses recorrieron la costa norte del país hasta llegar a Ecuador como broche de oro. A veces en apuros y otras en la cresta de la ola, nuestras vacaciones de verano en pleno enero dieron para mucho.

Cuando empezamos este camino teníamos pocos aunque algunos planes y muchas ganas. La idea era viajar solos en una Nissan Vannete del 92 ligeros de equipaje y dormir a diario en nuestra nueva casa con ruedas. Lo que no sabíamos es que aquí las cosas no se planean ni lo más mínimo. Cuatro días más tarde la Tomasetta (así llamamos a nuestro carro) dormía sola en un garaje y nosotros llegábamos a Lobitos huérfanos de planes, con un vasco y una noruega como compañeros inseparables, en una combi llena de gente y pollos listos para la venta. Dicho así, parece que todo salió al revés. Pero la vida a este lado del ecuador no funciona de otra forma.

En cuanto asumimos el cambio de rumbo empezamos a disfrutar del nuevo panorama. Con un swell del Suroeste listo para recibirnos pasamos los primeros días debatiendo nuestra rutina entre Generales y Baterías, en Lobitos. El cambio a Norte nos hizo ampliar fronteras; disfrutamos de La Vuelta y La Punta en Los Órganos, Máncora e incluso pudimos ver el campeonato invitacional de Cabo Blanco, tubo, tras tubo, tras tubo, tras tubo…

FURGO

Ya a finales de enero y con un swell no muy definido todo apuntaba a que necesitábamos unas vacaciones de nuestras vacaciones de surf, desierto y calor. Casi en marcha nos subimos a un bus con destino Ecuador que nos dejaría en Baños de Aguasanta primero, el oasis que necesitábamos, pasando después por Latacunga y algún que otro volcán. Dándole un nuevo giro a nuestro entorno visitamos la selva y comprobamos en nuestras propias carnes lo cambiante del clima ecuatorial. En medio de un ciclo infinito de lluvia, sol, calor y humedad, era difícil decidir a donde mirar: cascadas por todas partes, niños, guacamayos, monos, arañas en cualquier rincón….

D

La breve parada en Quito, la capital, fue el punto de inflexión del viaje. Llovía y hacía frío por primera vez en mucho tiempo. No teníamos grandes planes hasta el próximo autobús así que nos sentamos a regalarnos un café y tiempo después de demasiados días yendo de un lado a otro casi sin pestañear. La morriña llegó antes de que se enfriaran nuestras tazas pero se fue en cuanto recibimos un mensaje de Pablo. En el momento exacto.

El destino quiso que nos encontráramos con él y con María prácticamente en la otra punta del mundo a pesar de vivir a menos de 30 quilómetros. Después de varios días en contacto mientras él disfrutaba de Galápagos y ella todavía llegaba de Coruña, nuestros planes por fin convergieron con la llegada de ambos a la costa de Ecuador. Alejados de la ruidosa Montañita, pasamos unos días paradisiacos entre Ayampe y Las Tunas. Playas desiertas con un mar a 26ºC, pelícanos por todas partes, pescado fresco, brownie recién echo, cervezas no muy frías y miércoles locos de pizzas caseras.

Aunque se pudo surfear todos los días la previsión estuvo lejos de ser perfecta en Las Tunas. Las condiciones no fueron demasiado limpias ni el swell demasiado grande para un beach break con fuerza que necesita swells cruzados y viento oeste para que se formen los típicos tubazos de Manabí. La suerte no estaba de nuestro lado esta vez. O si.

 

Encontrarnos con Pablo y María fue una de esas casualidades que mejoran el viaje x1000. Primero porque cuando coincides con alguien de tu entorno en un sitio tan lejano te sientes más en casa. Además él ya había vivido un intercambio como estudiante en Perú, una situación muy similar a la nuestra, así que pudimos compartir impresiones y anécdotas comunes. A todo eso se suma la experiencia como viajeros que ellos ya traían ganada y que nosotros, a base de imprevistos y autobuses interminables todavía estamos desarrollando. Así que con todo esto como revulsivo las cosas solo podían mejorar.

Después de dos días sin mucho surfing vimos la luz: Río Chico, una izquierda de roca consistente en un entorno al que no se le puede pedir más. A pesar de estar muy cerca de Montañita aquí puedes estar prácticamente solo, tanto dentro como fuera del agua. Cada mañana, con la marea media – baja íbamos al encuentro de los cientos de cangrejos y pelícanos que nos rodeaban sin inmutarse. En la orilla apenas un grupo de pescadores y un par de personas buscando pulpos entre las rocas fueron nuestra única compañía para los días siguientes.

Ya con cierto sabor a despedida, después de las últimas sesiones nos tomamos algún que otro coco fresquito mientras desandábamos el camino hacia Las Tunas. Visitamos Puerto López para catar el típico encebollado ecuatoriano, un plato a base de pescado muy similar al ceviche del vecino Perú, y nos bañamos en barro en la laguna volcánica de Agua Blanca. Pero todo lo bueno se acaba, y con las mochilas otra vez llenas emprendimos camino a Guayaquil a golpe de rumba. Pablo y María nos dejaron en la estación de autobuses antes de irse al aeropuerto y allí separamos nuestros caminos, unos de vuelta a Coruña y otros con destino Perú.

Con la promesa de aprovechar todos sus consejos y de volver a vernos pronto, aunque esta vez en casa, nos despedimos de un viaje muy especial. Por el entorno, la compañía, la casualidad (o no) de habernos encontrado. Por compartir siempre, dentro y fuera del agua.

Hasta la próxima.

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