En este caso, a su experiencia se une la evidencia de una situación que nos pilla bien cerca y es que, en Francia, ya han prohibido entrar al agua, excepto a los surfistas profesionales. Lo cual, además de tristeza, incertidumbre e impotencia, nos causa cierto desasosiego. ¿Seremos nosotros los próximos? ¡Otra vez no, por favor!
La gente que hacemos Margruesa no somos políticos, ni ministros, ni expertos en cuestiones de bienestar social. Pero sí dudamos mucho que a una crisis sanitaria se le ponga remedio a base de multas impuestas a quienes tratan de desarrollar una actividad saludable y que no compromete a nadie más. Precisamente, por ese motivo, nos parece mucho más sensato apelar al sentido común y la cooperación que aboga por las costumbres sanas, tanto para el cuerpo como para la mente, y emplear todos esos medios destinados a sancionar, en coordinar equipos médicos y sanitarios, que son el verdadero antídoto a cualquier crisis sanitaria.
Cuando nos prohibieron surfear durante la primera ola del COVID, la inmensa mayoría acatamos sin rechistar puesto que comprendimos que la situación, insólita en nuestra historia reciente, pilló a todos los gobiernos ‘en bragas’ y sin saber qué hacer. El problema surge cuando nos golpea una segunda ola (con la que llevan ahogándonos desde hace meses) y esa coordinación, cooperación y buena organización a las que nos referíamos anteriormente siguen sin aparecer.
Lo que sí vuelve a hacer acto de presencia es el miedo, las multas y las restricciones que resultan casi un disparate, ya que lo único que pretendemos hacer es vivir. Porque si de humanos es cometer errores y rectificar, también lo es respirar, caminar erguidos y refugiarse en alguna motivación personal que nos impida ser presa de una pesadumbre perenne y sombría. Ese refugio, en nuestro caso, es el surf.
Esto no es un llamamiento al desorden o a la desobediencia. No estamos incitando a la gente a que se pase por el forro las restricciones o siga entrando al agua en caso de que nos lo vuelvan a prohibir, a pesar de todo. Pero ojalá esta reflexión sí ponga en entredicho la naturaleza de ciertas multas o restricciones, y si no sería aconsejable que sancionasen también a quienes se limitan a encerrar y esperar en lugar de los que sólo quieren vivir y surfear.
Lo dicho, y para que quede claro: errar nos convierte en humanos. En nuestro caso, surfear también.
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