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La pulserita de los cojones

Hace unos días nos llegaba la noticia del ataque de tiburón sufrido por un chaval de Florida al que su madre le había regalado la pulserita anti tiburones por navidad, la cual llevaba en el momento del ataque.
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No, como veis no estamos a 28 de diciembre de modo que no se trata de una inocentada.

Por suerte para Zack Davis el ataque no resultó fatal y chaval sólo sufrió unos «rasguños» que han derivado en 44 puntos en su brazo. Así lo demostraba en una foto subida a Instagram con el brazo ensangrentado, la pulserita de los cojones y una cara desencajada debido, a partes iguales, por el susto y la estafa de la que fue víctima.

Está claro que la publicidad juega con nuestros sentimientos a la hora de vendernos cualquier clase de producto. Eso lo sabe hasta el más tonto. No hace falta más que recordar aquel prodigio llamado «Power Balance» que te prometía el power de Kelly, la rapidez de Fanning y la elasticidad de un equilibrista del circo del sol sólo con ponerte una puta pulsera de plástico. Creo que hasta te mejoraba el Karma, ¡flípalo!

La pulserita fue un éxito de ventas en cuestión.

Es la hostia lo que llegan a inventarse los publicistas. Hay productos que directamente parecen bromas de mal gusto como sacados de la mente de un niño, sin filtro… o incluso de un nazi. ¿Acaso no hay un comité ejecutivo que diga: venga, va, señores, un poco de seriedad, joder? Aunque lo realmente curioso es que seamos tan tontos como para morder el anzuelo.

En fin, a lo que íbamos… Todo resulta moralmente aceptable siempre y cuando la compra atienda a una simple regla de proporción: lo tonto que seas.

A partir de ahí, siempre y cuando no se juegue con temas sensibles (curaciones de enfermedades graves, donaciones solidarias que se embolsan unos listos, alargamiento de pene…), la publicidad es como la guerra y el amor: todo vale.

No obstante, lo del ataque de tiburón de Florida traspasa la frontera del mal gusto y lo reprobable. Dando por hecho que el producto no funciona (que se lo pregunten al pobre chaval) nos preguntamos hasta dónde está dispuesto a mentir el ser humano con tal de embolsarse unos billetes. La compañía (SharkBanz) en un salto hacia adelante sin precedentes, se atreve a decir que prácticamente han salvado la vida de Zach, ya que sin la pulserita hubiera sido mucho peor. Ejem…

De esta empresa o producto no vamos a hablar más porque obviamente ya está desacreditada y muerta para siempre.

Hay comunidades como la australiana, la sudáfricana, la americana, la peña de Reunión… que desgraciadamente tiene la mosca detrás de la oreja cada vez que entra al agua. ¿Os imagináis las caras de esta gente cuando anunciaron un invento que, por fin, les iba a permitir surfear tranquilos? ¿Os la imagináis ahora que todos saben que se trataba de una gran mentira?

Como decíamos, se puede jugar con todo a la hora de vender una idea o un producto. Con todo menos con la vida. Y por supuesto, por hermandad y respeto, con el pellejo de aquellos que se la juegan por eso que le da sentido a la vida: las olas.

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